Claves de autoconocimiento para el desarrollo personal y profesional

Tranquilos todos, no vengo a vender nada (solo a compartir lo aprendido antes de que se me olvide)

agosto 2, 2025 | by jtroncosomonroy@gmail.com

Gemini_Generated_Image_y34vf7y34vf7y34v

Introducción

Hace poco, al agradecer un nuevo contacto profesional y compartir uno de mis artículos, recibí una respuesta que (con toda honestidad) me descolocó un poco.

Me vi escribiendo algo así como: «Me alegra que hayamos despejado cualquier sospecha de intención oculta… 😄 Ahora sí, ya podemos compartir experiencias e intereses sin necesidad de lupa ni detector de marketing».

Y es que, como ya estoy haciéndome mayor y deseo compartir algunas cosas que he aprendido y experimentado, me sorprende lo difícil que se ha vuelto simplemente conectar. En estos tiempos, donde cada mensaje parece esconder una oferta, cada saludo una intención comercial, y cada artículo un embudo de ventas disfrazado de inspiración, resulta casi subversivo compartir por el simple gusto de compartir.

¿Es posible conectar sin sospecha? ¿Dialogar sin mirar de reojo? ¿Establecer vínculos desde la experiencia y no desde la estrategia?

Cuando compartir sin fines de lucro genera sospecha… ¿en qué momento se nos volvió extraño lo humano?

La anécdota es sencilla, pero sintomática: agradezco un contacto, comparto un artículo con el entusiasmo de quien ha caminado unos cuantos tramos y quiere dejar un mapa para quien lo necesite y la respuesta que recibo es una mezcla entre desconfianza y legítima confusión. En un mundo donde todo se capitaliza, la generosidad parece haber quedado sin código QR.

Ahora bien, no criminalizo esa reacción. Comprendo que obedece a una cultura que hemos ido cultivando sin darnos cuenta: una cultura del temor, de la sospecha preventiva, de las relaciones regidas por intereses explícitos o encubiertos. Más aún en espacios como LinkedIn, donde todo se presenta bajo la lógica de la visibilidad, la oferta y el posicionamiento, pero justamente por eso, creo que vale la pena detenernos un momento y preguntarnos si no estamos dejando de lado algo esencial: el vínculo humano que no necesita justificación para existir.

Hoy parece más fácil interpretar cualquier gesto como una estrategia que como un acto genuino. La conexión ha sido secuestrada por la táctica. La palabra “compartir” se ha contaminado de sospechas. Y hasta la experiencia, esa que se gana con años y no con likes, necesita justificar su utilidad o su ROI para ser escuchada.

Y aquí emerge una inquietud que he planteado en otros artículos y que se vuelve cada vez más urgente: mi preocupación por esta era del vacío (como bien la han nombrado algunos pensadores), en la que habitamos una sociedad líquida, donde los vínculos se diluyen, las certezas se evaporan y la autoexplotación se ha instalado como forma silenciosa de esclavitud voluntaria.


Una sociedad que aplaude la productividad a cualquier costo, que mide el valor de una persona por su utilidad o impacto, y que ha convertido la autenticidad en un recurso escaso. En ese contexto, gestos simples como compartir una experiencia vivida sin esperar nada a cambio se perciben como sospechosos, incluso incómodos porque rompen la lógica dominante, porque no rinden cuentas al mercado ni responden a un algoritmo, porque son profundamente humanos.

Yo, en cambio, sigo creyendo en la utilidad de lo inútil, en el valor de un mensaje que no quiere convencer ni vender, sino simplemente decir: “Esto lo viví, me costó entenderlo y aquí te lo dejo, por si te sirve.”

En esta etapa de mi vida, lo más valioso que puedo ofrecer no es un servicio ni una propuesta. Es una mirada, una reflexión, una experiencia que ya hizo su recorrido en mí y que ahora puede tomar otro rumbo si alguien la recoge.

Conclusión

Tal vez el verdadero desarrollo personal consista justamente en esto: en recuperar la capacidad de compartir sin esperar algo a cambio. En reencontrarnos con esa parte de nosotros que aún cree que hay valor en lo simple, en lo humano, en lo no monetizable.

Quizás por eso sigo escribiendo, compartiendo, hilando experiencias con otros sin factura ni fórmula mágica. No por un acto ingenuo, ni por nostalgia, ni ingenuidad, sino porque resistirse al vacío también puede comenzar con un acto tan simple como enviar un mensaje sin segundas intenciones porque cuando todo parece tener un precio, recordar que hay cosas que solo se ofrecen desde el alma, se convierte en un acto de profunda lucidez.

RELATED POSTS

View all

view all
Síguenos
Síguenos
Share