Los Relatos Perdidos: Entre Fuegos de Campamento y Pantallas Luminosas
noviembre 4, 2024 | by jtroncosomonroy@gmail.com

Introducción
Recuerdo mis años de juventud en aquellos campamentos, esas noches que se desplegaban alrededor del fuego. El acordeón de nuestro amigo Gonzalo, un verdadero maestro de maestros, acompañaba el trinar de los pájaros y se armonizaba con la brisa nocturna. Bajo un cielo sembrado de estrellas, no solo compartíamos historias; en realidad, vivíamos un relato colectivo, creado por todos nosotros en la aventura de la naturaleza. Cada uno, con su antorcha en mano y el susurro de los árboles alrededor, aportaba su parte a un mundo ficticio que, de alguna manera, se volvía tan real como las brasas del fogón que nos cobijaba. Era un espacio místico, donde todos podíamos reflejarnos en una historia común, y el relato se volvía un espejo de nuestra propia búsqueda. Los ecos de El Principito de Saint-Exupéry flotaban entre nosotros, sus enseñanzas calaban como una manera de entendernos, de asimilar valores que el mundo cotidiano no siempre nos ofrecía.
Recuerdo cómo cada fogón era un pequeño rito, un momento de conexión real y compartido, donde aprendíamos de nuestras experiencias y de nuestras relaciones. No había “likes” ni estadísticas que midieran la relevancia de nuestros relatos; bastaba una mirada, un gesto, o el silencio que respetaba las palabras de quien compartía una historia. Cada uno de esos recuerdos tiene un valor que se escapa de la lógica de la imagen perfecta, del story de quince segundos o del reel que compite por atención. Porque en aquellos días, el relato no era un bien de consumo, sino un espacio de conexión.
Hoy, cuando miro alguna fotografía de aquella época, no solo veo imágenes: evoco una historia, toda una experiencia humana que está ahí, incrustada en cada instante. A diferencia de las fotografías hiperrealistas que abundan en las redes sociales, aquellas imágenes son puertas a una narrativa profunda, un valor que se va perdiendo en esta era digital que privilegia lo instantáneo y lo superficial.

El Fuego Apagado y las Pantallas Luminosas
En la sociedad de hoy, en cambio, el fuego se ha apagado y nos rodean pantallas luminosas que nos invitan a consumir microrrelatos rápidos, aislados y efímeros. Stories y feeds nos inundan con fragmentos visuales, pequeños cuentos que duran solo un parpadeo, diseñados para emocionar pero que raramente conectan. Aquí ya no se trata de construir un relato común, una narrativa que trascienda al individuo; se trata de capturar la atención por unos segundos, de acumular likes y seguidores en una carrera interminable de reconocimiento fugaz.
Quizás hemos reemplazado las historias de fogata por un storytelling orientado al consumo, uno que crea más consumidores que ciudadanos, y que construye lo que se siente como “communities” en redes sociales, pero que no alcanza la profundidad de una comunidad. Estos microrrelatos en redes sociales nos alejan de un sentido común, de la historia que todos compartimos como humanidad. Nos aíslan en burbujas de contenido donde ya no escuchamos al otro; solo buscamos ser vistos, ser validados.
Byung-Chul Han nos advierte sobre este fenómeno, sobre el peligro de una sociedad atrapada en la lógica del espectáculo, donde la narrativa ya no es un espacio de transformación y reflexión, sino una simple mercancía que se consume y se desecha. Cada story, cada pequeño fragmento, nos fragmenta a nosotros mismos, nos separa del contexto de la historia humana en su conjunto. Sin darnos cuenta, vamos apagando el fuego que alguna vez encendimos en comunidad.
Ahora, cuando veo las imágenes y los videos pulidos de las redes, siento que la historia se ha perdido en el hiperrealismo, en esa perfección superficial que no añade valor real a la experiencia humana. No es que las imágenes sean malas en sí mismas; es la falta de profundidad, el constante scrolling que reemplaza la pausa, la reflexión. Nos vamos volviendo consumidores pasivos de nuestras propias vidas, atrapados en un circuito de engagement que rara vez deja espacio para lo que es realmente importante.

Conclusión
Quizás deberíamos recuperar el fuego de aquellas noches de campamento, el valor de una historia que no tiene prisa por acabar, que no necesita ser perfecta para ser significativa. Tal vez necesitamos redescubrir la capacidad de escuchar, de contar relatos que no sean solo para vender o entretener, sino para conectar, para recordarnos que hay un sentido compartido que trasciende lo inmediato. Porque al final, la historia humana es mucho más que una colección de microrrelatos; es un relato en común, un viaje colectivo en el que todos tenemos algo que aportar, si aprendemos a detenernos y a escuchar.
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