Liderazgo, servilismo y el eclipse de la conciencia: una reflexión necesaria
junio 29, 2025 | by jtroncosomonroy@gmail.com

Introducción
En una época marcada por la confusión entre poder y liderazgo, se vuelve urgente observar con atención los gestos públicos que delatan la pérdida de ética y de visión en quienes deberían encarnar principios, no complacencias. Esta reflexión busca evidenciar una escena tan simbólica como preocupante: la sumisión de ciertos líderes occidentales ante la arrogancia política, y lo que ello revela sobre el estado actual del liderazgo global. A través de este ejemplo, se entrelazan las ideas de Bauman sobre la sociedad líquida, las advertencias de Habermas sobre la mediocracia y la crítica de Byung-Chul Han a la infocracia. Todo ello para invitar a una toma de conciencia sobre el vacío que deja la ausencia de referentes verdaderamente éticos.
La dignidad rendida: cuando el liderazgo se arrodilla ante el poder
En tiempos de degradación moral donde el presidente de una potencia mundial se jacta (con vulgaridad y sin pudor) de que otros países les “lamben cierta parte”, el liderazgo auténtico se ve desplazado por un espectáculo grotesco de sumisión disfrazada de diplomacia. Más allá de la grosería que lo descalifica a él y al país que representa, lo verdaderamente obsceno fue ver a líderes europeos (algunos, descendientes orgullosos de siglos de racionalismo ilustrado) se arrastraron sin pudor ante los caprichos del presidente de Estados Unidos plegándose servilmente a sus exigencias, e incluso llamándolo “daddy”. Lo grotesco ya no es solo el lenguaje del poder, sino el silencio cómplice de quienes, desde la comodidad de sus trajes y cargos, prefieren callar antes que incomodar al amo de turno.
Lo vimos, también, en la actitud sumisa de muchos sectores de nuestra América Latina y de gran parte del mundo occidental frente a los ataques de EE.UU. a instalaciones nucleares en Irán, un acto de agresión con potencial destructivo incalculable que pudo haber provocado una catástrofe humanitaria y ambiental de proporciones incalculables para toda la región de Medio Oriente y todo el mundo. ¿Dónde quedó el liderazgo cuando más se necesitaba?
Es más fácil callar que alzar la voz. Es más rentable adular que disentir. Es más “diplomático” mirar para otro lado que sostener una postura ética frente al horror de Palestina.
Esta es una escena repetida, triste y cobarde, donde el servilismo se disfraza de prudencia diplomática. Frente a esta ola de adulación cobarde, es inevitable recordar a Diógenes. El filósofo que, al ser visitado por Alejandro Magno (el hombre más poderoso del mundo), no pidió oro ni privilegios, sino simplemente que se hiciera a un lado: “Porque me tapas el sol”.
No hay metáfora más poderosa para hablar del liderazgo verdadero. El que no necesita adornarse con títulos, pactar con tiranos ni venderse por seguridad. El que no busca quedar bien con todos, sino ser fiel a una conciencia propia, lúcida y no negociable.
El verdadero líder no adula al poder, lo enfrenta cuando este se vuelve ciego, injusto o criminal. No necesita lujos ni reconocimientos para saber quién es. Como Diógenes, ha aprendido a “comer lentejas”, es decir, a vivir con lo esencial, sin hipotecar su dignidad por la comodidad del trono.
Y es aquí donde el liderazgo se cruza con las preguntas más urgentes de nuestra época. Vivimos en una era de posverdad, donde lo real ha sido reemplazado por narrativas que se imponen a fuerza de algoritmos y titulares, donde la coherencia ética ha sido suplantada por el cálculo político. En esta sociedad líquida (como la describe Bauman) donde todo es efímero, superficial y reemplazable, también el liderazgo se ha vuelto desechable, decorativo y, muchas veces, obediente al trending topic del momento.
Pero no solo la liquidez es el problema. Habermas ya advertía de los riesgos de la mediocracia, ese sistema en el cual las decisiones no se toman con base en la argumentación racional ni en el bien común, sino a partir de lo que es más “aceptable” para las mayorías domesticadas por los medios. La mediocracia premia lo anodino, penaliza la lucidez, y neutraliza la crítica. Bajo esta lógica, el verdadero líder no tiene espacio: molesta, incomoda, rompe consensos prefabricados.
Y si la mediocracia aísla al que piensa, la infocracia, como advierte Byung-Chul Han, lo satura. En este régimen de la información sin pausa ni contexto, la verdad se disuelve en una marea interminable de datos. La transparencia aparente sustituye la profundidad, y la sobreinformación se convierte en una forma sofisticada de desinformar. En este escenario, el liderazgo se vuelve espectáculo, y el líder, un operador de atención. Cuanto más visible, menos sustancial. Cuanto más expuesto, menos reflexivo. El algoritmo reemplaza al juicio, y el juicio, a la conciencia.
El vacío existencial que aqueja a millones no es ajeno al tipo de liderazgo que aceptamos o exigimos. Un liderazgo sin raíces ni profundidad solo puede ofrecer espejismos de sentido, slogans motivacionales y gestos vacíos, cuando lo que necesitamos son referentes éticos, humanos, capaces de sostener una visión, incluso cuando no conviene, incluso cuando cuesta.
Hoy, en un mundo atravesado por el cinismo político, la propaganda emocional, la mediocracia del espectáculo y la infocracia sin alma, necesitamos con urgencia liderazgos que no teman quedarse solos. Hombres y mujeres que comprendan que no se lidera desde la sumisión ni desde el silencio cómplice, sino desde la capacidad de sostener el sol en medio de la sombra.
Porque al final del día, el verdadero liderazgo no se mide por los aplausos de los poderosos, ni por las métricas de aprobación, sino por el coraje de decir lo que incomoda… aunque te deje solo en la tinaja.
Conclusión
Lo aparentemente anecdótico no solo retrata una lamentable escena de servilismo, sino que refleja un mal mucho más profundo: la degradación del liderazgo en un mundo gobernado por la apariencia, el cálculo político y el espectáculo. En este contexto, la crítica ética y la dignidad personal ya no son atributos valorados, sino obstáculos para encajar en una cultura que premia la obediencia y castiga la disidencia. Ante ello, la reflexión se impone como acto de resistencia: recuperar el sentido del liderazgo como integridad, conciencia y coraje para no arrodillarse ante el poder, por muy grande que este sea.
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