Idiotas modernos: Del culto al yo a la crisis del nosotros
julio 2, 2025 | by jtroncosomonroy@gmail.com

Introducción
Vivimos tiempos extraños: nunca habíamos hablado tanto y escuchado tan poco. Mientras las pantallas brillan, el vínculo se apaga. El lenguaje, como reflejo de la sociedad, también delata nuestras caídas. Y pocas palabras lo evidencian tanto como “idiota”. Lo que antes nombraba al que se desentendía del bien común, hoy se ha transformado en un insulto genérico, sin saber que quizá nos estamos describiendo a nosotros mismos. Porque en esta época hiperconectada, donde el yo se sobredimensiona y el nosotros se diluye, es necesario preguntarse: ¿cuánto hemos normalizado la desconexión disfrazada de libertad?
Cuando el “yo” se volvió marca y el “nosotros” una antigüedad
Hubo un tiempo (y no tan mítico como creemos) en que la palabra idiota no se usaba para insultar en redes sociales ni para etiquetar torpemente a quienes pensaban distinto. En la Grecia clásica, ser un “idiotes” significaba simplemente desentenderse de los asuntos públicos, mirar el mundo desde la ventana de lo privado, como quien observa el incendio del barrio con un café en mano, sin intención alguna de llamar a los bomberos o filmar con el celular un accidente automovilístico, mientras las personas se desangran. Hoy, esa indiferencia se ha sofisticado: ya no se trata solo de no participar, sino de estar hiperconectados y, paradójicamente, desconectados de todo lo que importe. Vivimos en una sociedad que celebra al que se autosostiene, al que se autoexplota, al que se autofelicita por cada logro vacío que sube a Instagram, mientras los lazos comunitarios se diluyen como mensajes de voz en un grupo que nadie escucha.
Y en este nuevo ecosistema del yo inflado y el nosotros olvidado, el “idiota” moderno no se esconde por ignorancia, sino que es producto estrella de un sistema que promueve la distracción como modo de vida. Byung-Chul Han lo retrata como el cansado de sí mismo, Lipovetsky lo pinta flotando en la era del vacío, y Bauman nos recuerda que sus relaciones son líquidas, tan efímeras como un trending topic. Este “idiota” contemporáneo no es tonto, es eficiente: Rinde, produce y consume, pero ha perdido lo más esencial: la capacidad de empatizar, de construir comunidad, de comprometerse con lo que no puede monetizarse. Recuperar ese vínculo no requiere volver a la caverna ni renunciar al yo, sino recordar que el verdadero desarrollo (personal, profesional, espiritual) no se mide en seguidores, sino en la huella que dejamos cuando salimos de nuestra burbuja y volvemos a mirar al otro como parte de nuestro propio reflejo.
En estas elecciones presidenciales vale la pena detenernos un momento y hacernos preguntas simples, pero fundamentales:
a) ¿Quién de los candidatos o candidatas nos invita de verdad a mirar al otro, a pensar en sus necesidades, en sus esperanzas, y en cómo volver a construir comunidad?
b) ¿Quién promueve el diálogo en vez del griterío, quién está dispuesto a escuchar ideas distintas y buscar acuerdos pensando en un país más justo, más equilibrado y con futuro para todos?
c) ¿Quién habla con datos, argumentos y propuestas claras, dejando fuera los insultos, la soberbia y el show populista que tanto daño nos ha hecho?
d) ¿Quién se atreve a construir su relato con hechos, sin depender de noticias falsas ni ejércitos de bots disfrazados de opinión ciudadana?
Parece evidente que ya basta de candidatos que solo inflan su ego. Necesitamos líderes que nos ayuden a salir del individualismo vacío y nos devuelvan las ganas de construir algo juntos.
Conclusión
Quizá ha llegado el momento de dejar de aplaudir promesas rimbombantes camufladas en eslóganes estridentes que repiten sin pudor lo que el algoritmo quiere oír. En una sociedad donde el “idiota” moderno ya no es ignorante por falta de información, sino por la comodidad de no contrastarla, se vuelve urgente una pedagogía política que nos enseñe, otra vez, a pensar juntos. Necesitamos reeducar la mirada colectiva para salir de la posverdad, del espectáculo vacío y del individualismo que no emancipa, sino que aísla, agota y nos deja huérfanos de sentido.
No hacen falta más candidatos expertos en inflar su ego o en viralizar frases huecas. Lo que necesitamos, con urgencia, son voces que, incluso en medio del ruido, se atrevan a creer en el poder del “nosotros”. Que devuelvan la política a su raíz más noble: el arte de cuidar lo común, de proteger lo humano, de reconstruir esos hilos invisibles que nos unen cuando dejamos de competir y volvemos a comprometernos. Porque si no lo hacemos, no será la historia la que nos juzgue… será nuestra propia soledad.
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