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Idiotas Modernos: Del Ciudadano Privado al Individuo Desconectado

febrero 27, 2025 | by jtroncosomonroy@gmail.com

Artículo01

Introducción

El lenguaje, como reflejo vivo de nuestras culturas y valores, es una ventana al devenir de la humanidad. En el caso de la palabra «idiota», su transformación a lo largo de los siglos no solo revela el cambio de sus significados, sino que nos invita a mirar críticamente cómo hemos transitado de una sociedad fundada en lo colectivo hacia un modelo focalizado en el individualismo. En este viaje, la palabra ha mutado de una descripción neutral de los ciudadanos que se desentendían de la vida pública, en la Antigua Grecia, a un insulto que denota falta de inteligencia o juicio.

Hoy, en el actual contexto neoliberal posmoderno donde prima la exaltación del «yo», autores como Byung Chul Han, Zygmunt Bauman y Michel Foucault nos alertan sobre los riesgos de este aislamiento disfrazado de libertad. En este artículo exploramos cómo la figura del «idiota» griego puede ayudarnos a entender el colapso del sentido de comunidad en nuestras sociedades actuales.

El tránsito del compromiso al aislamiento y el precio del individualismo extremo

En la Grecia clásica, ser un «idiota» significaba elegir no participar en la vida pública de las polis, renunciando a la construcción del bien común. La democracia ateniense, lejos de ser perfecta, se basaba en la idea de que un ciudadano virtuoso debía involucrarse activamente en los asuntos colectivos. Hoy, este concepto se ha invertido: el éxito personal, el logro individual y la autosuficiencia son celebrados como los pilares del progreso. Pero, ¿qué dejamos atrás en este camino?

Byung Chul Han, en su obra La sociedad del cansancio , describe cómo el neoliberalismo ha convertido al individuo en un empresario de sí mismo, responsable único de su éxito o fracaso. En este paradigma, la comunidad queda relegada, y la responsabilidad colectiva se disuelve en un mar de competencias individuales. El «idiota» moderno ya no es solo quien se desentiende de la vida pública, sino quien, atrapado en el sistema de autoexplotación, no encuentra tiempo ni energía para pensar en el otro.

Zygmunt Bauman, por su parte, en Modernidad líquida, señala que vivimos en un mundo donde las relaciones humanas son frágiles y efímeras, como vínculos líquidos que se desvanecen ante la mínima adversidad. En este contexto, la desconexión social no es solo un rasgo del «idiota», sino un síntoma de una sociedad que ha perdido su capacidad de construir sentido colectivo.

En relación a la transición hacia un individualismo cada vez más extremo (a través del paso de un modelo comunitario a uno individualista) no es neutro. Michel Foucault, en su análisis sobre el poder, subraya cómo las estructuras modernas fomentan la atomización de los individuos, alejándolos de cualquier posibilidad de resistencia colectiva. Este aislamiento, presentado como autonomía, debilita el tejido social y hace que los problemas globales, como el cambio climático o la desigualdad, parezcan cuestiones ajenas o inabordables.

En su obra No-cosas, Byung Chul Han nos alerta sobre cómo la digitalización y la economía del consumo han profundizado este aislamiento. Hoy, el «idiota» moderno se refugia en la hiperconexión de las redes sociales, donde se alimenta de me gusta y comentarios superficiales que refuerzan su burbuja personal. Paradójicamente, nunca habíamos estado tan conectados y, al mismo tiempo, tan solos. Por su parte, Gilles Lipovetsky, en La era del vacío, describe cómo las sociedades posmodernas han reemplazado a los ideales colectivos con una cultura del hedonismo individualista. En este escenario, el «idiota» moderno no es necesariamente alguien ignorante, sino un sujeto hiperconsumista que vive en una constante búsqueda de satisfacción personal y efímera, donde el sentido de propósito se diluye en un mar de estímulos inmediatos y triviales. Esta era del vacío está marcada por una indiferencia generalizada hacia lo colectivo, un desapego que promueve la superficialidad en las relaciones y el consumo como el único medio de autorrealización.

En este marco, el «idiota» contemporáneo no se aísla en una burbuja de ignorancia, sino en una cárcel de entretenimiento constante, alienado por la lógica del mercado que le promete felicidad a cambio de posesiones, experiencias o seguidores virtuales. Su desconexión no es el resultado de una decisión consciente, sino de un diseño sistémico que fomenta la distracción y la disolución de los lazos comunitarios.

El «idiota» de hoy pierde la capacidad de empatizar y de comprometerse con aquello que trasciende su esfera individual. Es un sujeto que, en palabras de Lipovetsky, «flota en la liviandad», atrapado en un vacío emocional y ético.

Al analizar estas dinámicas, se hace evidente cómo el «idiota» moderno simboliza los peligros de una sociedad que ha renunciado al sentido de comunidad, priorizando el yo sobre el nosotros, y el placer inmediato sobre los valores duraderos.

Conclusión

La evolución del término «idiota» es mucho más que una curiosidad lingüística; es un reflejo de cómo las sociedades se configuran y reconfiguran a lo largo del tiempo. Si en la Grecia antigua ser un «idiota» era un signo de desconexión de la vida pública, en la modernidad esta figura ha mutado hasta encarnar la alienación provocada por un sistema que glorifica el individualismo, el consumo y la hiperproductividad.

Autores como Byung-Chul Han, Gilles Lipovetsky y Zygmunt Bauman advierten que el modelo individualista actual tiene un costo elevado: vivimos en una sociedad marcada por la desconexión, donde las relaciones humanas se tornan frágiles y efímeras, y los grandes problemas colectivos quedan desatendidos. Este escenario refleja una crisis de sentido, en la que el exceso de consumo y la obsesión por el éxito personal nos aíslan y nos empujan hacia una existencia vacía, carente de propósito profundo.

Sin embargo, estos pensadores también nos invitan a imaginar alternativas. Byung-Chul Han sugiere ralentizar el ritmo y cultivar espacios de reflexión y encuentro auténtico, mientras Lipovetsky llama a equilibrar el individualismo con un compromiso ético hacia los demás. Bauman, por su parte, nos urge a revitalizar las relaciones humanas ya rescatar el sentido de comunidad como un antídoto a la liquidez de los vínculos modernos.

Reconstruir lo colectivo no significa anular la individualidad, sino integrarla en un marco donde el bienestar personal y el colectivo sean interdependientes. El desafío radica en recuperar el sentido de lo común, revalorar las relaciones auténticas y fortalecer nuestra participación activa en los problemas compartidos. Solo así podremos contrarrestar la alienación contemporánea y construir una sociedad más conectada, justa y solidaria.

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