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Esperanza 2.0: ¿Conexiones Reales o Solo «Me gusta» y «seguidores»?

noviembre 14, 2024 | by jtroncosomonroy@gmail.com

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Introducción

Hace poco conversaba con un amigo que, con un aire de desilusión, compartía sus frustraciones sobre el trabajo. «No soy optimista,» me dijo, resignado ante la dificultad de cumplir con metas cada vez más inalcanzables en un entorno laboral competitivo y despersonalizado. Sin embargo, en su voz, en su manera de buscar consuelo en una conversación íntima, intuí algo más profundo. No era optimismo lo que buscaba, sino una forma de espera, un deseo por algo más significativo. Recordé entonces la reflexión de Byung-Chul Han en El Espíritu de la Esperanza: la esperanza no es una certeza de que todo mejorará, sino un anhelo de un futuro posible, un camino que no depende únicamente de uno mismo, sino de todos.


Recuperando el Valor de los Ritos, la Autenticidad y la Esperanza Colectiva

Pensar en los ritos, como aquel entre el zorro y el Principito en la obra de Saint-Exupéry, nos ayuda a entender que estos encuentros van más allá de una rutina. Son momentos cargados de propósito y de una intención que no busca recompensas inmediatas, sino la riqueza de la espera y la presencia. Los ritos nos enseñan a valorar al otro sin prisa, a apreciar el encuentro como un acto significativo que nos conecta en la profundidad. La esperanza, entonces, se vuelve colectiva: un acto de fe compartido en que, a través de cada encuentro auténtico, construimos juntos un futuro posible.

En esta era digital, sin embargo, el ritual ha perdido su esencia. Nos movemos rápidamente de un contenido a otro y nuestras relaciones virtuales replican esta misma fugacidad. Hemos sustituido la profundidad de los lazos reales por la gratificación instantánea de los «me gusta» y los «seguidores,» perdiendo en el proceso la autenticidad de la conexión genuina. La esperanza auténtica requiere volver a la intención genuina, a la paciencia y a una conexión real que vaya más allá de una pantalla.

Recuperar los ritos significa entonces abrir espacio para la autenticidad y para relaciones que no se midan por lo que podemos obtener de ellas, sino por lo que podemos construir juntos. Es aprender a escuchar antes de hablar, a estar presentes de una forma que trascienda lo virtual y nos permita redescubrir esa esencia gregaria que celebraba Tagore: «No hay mayor felicidad que hacer felices a los demás.» La verdadera conexión, al igual que la esperanza, exige ver al otro más allá de su avatar o lista de contactos y reconocer que solo a través de relaciones duraderas y sinceras podemos construir un sentido de pertenencia y humanidad compartida.

Un Camino hacia la Esperanza y la Conexión Real

La psicología positiva, enfocada en el individuo y sus fortalezas internas, promueve una búsqueda de felicidad basada en el desarrollo personal. Aunque útil, esta perspectiva a menudo deja de lado que el bienestar genuino también se nutre de lo colectivo. La esperanza, como Han la define, no surge de una búsqueda solitaria de satisfacción, sino de un compromiso compartido. Volver a los ritos y a los vínculos profundos también significa crear espacios para recordar el valor de las historias largas, aquellas que no buscan capturar emociones momentáneas, sino que enriquecen nuestra humanidad compartida.

Quizás el primer paso para reconectar con esta esperanza auténtica y colectiva sea ver las redes sociales como un medio, no un fin. Podemos usarlas para conectar, pero solo si recuperamos el valor de la escucha y de la intención genuina. En lugar de vivir en un ciclo de microrrelatos y «stories» efímeras, podemos cultivar espacios para relaciones significativas, que nos lleven a descubrir relatos largos que construyan lazos duraderos y profundos.

Conclusión

En un mundo que se mueve a la velocidad de los «likes» y las visualizaciones, recuperar la esperanza implica ver al otro en su autenticidad y recordar que el crecimiento personal está incompleto sin el vínculo con los demás. Quizás, el acto más revolucionario hoy en día sea practicar la paciencia: la paciencia de escuchar, de esperar y de crear conexiones que sobrepasen las pantallas y se conviertan en relatos perdurables, como aquellos que compartíamos alrededor del fuego bajo un cielo estrellado.

En este recorrido, la esperanza se convierte en una construcción común. Nos invita a recuperar los ritos, a reencontrarnos en la autenticidad y a valorar esas historias que no necesitan una pantalla para ser vividas. Porque al final, las historias que verdaderamente nos enriquecen son las que construimos con otros, las que iluminan nuestra humanidad compartida y nos enseñan que, en la aventura de la vida, no estamos solos.

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