El Fin de las Narraciones: De la Sabiduría a la Técnica en la Era del Consumismo Emocional
enero 20, 2025 | by jtroncosomonroy@gmail.com

Introducción
Hace unas semanas, tuve el placer de reunir en mi casa a un grupo de amigos de mi juventud. Algunos llevaban más de treinta años fuera, otros en otras ciudades y, conforme desempolvábamos anécdotas y compartíamos nuestras vidas al son de la melodía de un acordeón, el ambiente se llenó de una especie de nostalgia terapéutica. Miradas atentas, risas genuinas y silencios cómodos parecían bastar. Fue un regreso a esos tiempos donde lo importante era contar y escuchar, una especie de ritual que hoy pareciera casi exótico.
Un par de días después de ese nostálgico encuentro, participando de una festividad con otro grupo de personas, la escena fue distinta. Los relatos apenas comenzaban cuando se interrumpían unos a otros, reflejando un narcisismo donde nadie escuchaba realmente. Pronto, los teléfonos irrumpieron y, casi por reflejo, las historias se desvanecieron en un desfile de fotos y videos de viajes, más destinadas a ser vistas que a ser contadas. Ese relato auténtico —el de mirar a los ojos, reír, debatir y aprender mutuamente de las experiencias compartidas— se diluyó en fragmentos visuales, como si hoy viviéramos para ser «mostrados» y no para realmente experimentar.
Así, la esencia de las narraciones genuinas, esa chispa que les daba vida, se ha reemplazado por “momentos” diseñados para ser consumidos y olvidados.
De la Sabiduría a la Técnica
Lo que alguna vez fue un relato lleno de sabiduría, que unía generaciones, se ha vuelto una técnica de marketing, una fórmula vacía para maximizar “engagement.” La esencia transformadora de las historias se ha despojado para convertirlas en persuasión pura, en un espectáculo digital que vende, pero no conecta. Pasamos de la comunidad al “community,” ese grupo de consumidores donde el valor de una historia no está en su significado, sino en su “me gusta.”
La narrativa de antes era un espacio para detenerse, para pensar y para sentir el peso de lo que se compartía. Hoy, el storytelling busca emociones inmediatas, clics rápidos. El contenido profundo ha dado paso a la efectividad instantánea. Hemos olvidado que las narraciones reales tienen un propósito más elevado: conectar en lo profundo, transmitir valores y sabiduría, y no solo atrapar seguidores.
A esta falta de profundidad se suma otra pérdida: la de los rituales. Esos momentos simbólicos, cargados de significado, que daban estructura a nuestra existencia y nos permitían conectar con lo trascendente han sido desplazados por gestos superficiales, orientados solo a consumir. ¿Cuándo fue la última vez que pausamos para experimentar de verdad, sin la presión de documentarlo todo?
La experiencia real también ha sido una de las grandes víctimas. Cada vez hay menos historias auténticas que contar, porque cada vez vivimos más a través de una pantalla. Incluso cuando viajamos, observamos el paisaje a través del lente de una cámara, registrando para “mostrar” en lugar de experimentar. Nos hemos convertido en una audiencia de nuestra propia vida, limitando las experiencias a fragmentos visuales sin profundidad ni verdadero significado.
De acuerdo con Byung-Chul Han, citando a Walter Benjamin, lo curioso de la narración es que no solo fue un medio para transmitir conocimientos, sino también una herramienta terapéutica. ¿Cuántas veces hemos visto a una madre contarle un cuento a su hijo enfermo? Esa historia, aparentemente simple, tiene un poder sanador que va más allá de las palabras. En ese relato, se encuentra la magia de calmar, consolar y acompañar. La narración, cargada de emociones y de una estructura simbólica, tiene el poder de restablecer un equilibrio emocional que, a veces, no pueden lograr las medicinas.
Sin embargo, en un mundo que acelera cada vez más sus ritmos, esa misma narración terapéutica parece haber sido despojada de su papel. Hoy, un médico con una agenda llena no tiene tiempo para escuchar y menos para narrar. La consulta se ha transformado en un trámite donde las historias no se recogen, ni se comparten. El relato sanador, que podría aliviar muchas dolencias, es reemplazado por diagnósticos rápidos y tratamientos estandarizados. De hecho, tal vez ese espacio para contar y ser escuchado haya quedado restringido a los encuentros con psicoterapeutas, donde aún se da cabida a esa magia curativa que proviene de un relato genuino, que conecta profundamente con el ser.
Conclusión
En esta era de superficialidad y técnicas de persuasión, queda la pregunta: ¿es posible regresar a una narrativa auténtica y transformadora? Byung-Chul Han sugiere que la esperanza se encuentra en rescatar lo esencial de las experiencias humanas, en crear espacios más íntimos, donde la narración recupere su poder sanador y reflexivo. Quizá, resistir al fin de los relatos consista en valorar lo cotidiano, redescubrir las pequeñas historias y recuperar los rituales que llenan de significado la vida.
No se trata de huir de la tecnología, sino de recordar que la narración no es solo una técnica de storytelling vacío; es una forma de conectar en lo más profundo. En un mundo que idolatra lo fugaz, rescatar el arte de contar historias puede ser nuestro último refugio para encontrar sentido.
RELATED POSTS
View all