De Yates y Salvavidas: Repensando la Empatía en un Mundo de Desigualdades
febrero 15, 2025 | by jtroncosomonroy@gmail.com

Introducción
La siguiente metáfora, compartida hace algún tiempo por Giancarlo Barbagelata en la red de LinkedIn, ilustra de manera relevante nuestra realidad actual: “No estamos en el mismo barco; estamos en el mismo mar”. Un mar turbulento, sacudido por desigualdades que parecen insalvables. Mientras algunos disfrutan de la comodidad de yates de lujo, otros apenas sobreviven aferrados a un salvavidas o luchan contra la corriente para no hundirse.
Esta imagen cobra aún más sentido en estos tiempos convulsionados, marcados por radicales ideas económicas, sociales y políticas que vienen a señalar cuestiones tales como, por ejemplo, cada quien es responsable de su propio éxito; si no lo logras, es porque no te esforzaste lo suficiente, el mercado es el único espacio donde la verdadera libertad puede expresarse, no le debes nada a nadie; tu única responsabilidad es contigo mismo o ¿por qué deberías pagar por la jubilación de otros cuando puedes construir tu propia pensión?
En virtud de nuestra experiencia, ¿acaso no es congruente pensar que, en este mar agitado, parece evidente que no todos navegan con las mismas herramientas ni bajo las mismas condiciones?
La Comunidad Perdida: Del Individualismo Virtual al Redescubrimiento del Nosotros
La reflexión “No estamos en el mismo barco; estamos en el mismo mar. Un mar turbulento, sacudido por desigualdades que parecen insalvables”, pone en evidencia un espejismo de igualdad que nos lleva a ignorar las condiciones iniciales de cada individuo, condiciones que no solo determinan oportunidades, sino también nuestra percepción del esfuerzo y el éxito. ¿Qué ocurre cuando el valor que otorgamos al rendimiento está inevitablemente condicionado por el barco en el que cada uno empieza su travesía? La respuesta nos obliga a repensar nuestra empatía, no como un acto aislado de compasión, sino como una acción transformadora frente a un sistema diseñado para perpetuar desigualdades.
Vivimos en una era dominada por la llamada “sociedad de la transparencia”, un término acuñado por Byung-Chul Han para describir un mundo donde las relaciones humanas se vacían de intimidad y se reducen a transacciones. Las redes sociales, más que unirnos, nos fragmentan, alentando la autopromoción y las comparaciones superficiales, mientras erosionan el sentido de pertenencia genuina.
En lugar de comunidades construidas sobre la empatía y el apoyo mutuo, encontramos espacios mercantilizados, donde la conexión se mide en métricas y validaciones efímeras. Esto genera una ilusión de pertenencias que, lejos de nutrirnos, nos deja atrapados en un ciclo de vacío emocional y desconexión.
La verdadera comunidad, como señala Han, no busca el beneficio propio ni se define por la perfección. Es un espacio de honestidad, escucha y propósito compartido. Tagore, en su sabiduría, afirmaba que la mayor felicidad radica en hacer felices a los demás. Este es el principio que debería guiarnos hacia un modelo de convivencia más humano, donde el “nosotros” prevalezca sobre el “yo”.
Conclusión
La metáfora del mar compartido nos llama a dejar atrás la indiferencia. No basta con observar desde la seguridad de nuestro yate; Es momento de construir puentes que transformen esas aguas turbulentas en un océano de dignidad para todos. La verdadera empatía no es caridad, sino conciencia estructural y acción comprometida que reconozca y aborde las raíces de las desigualdades.
En un mundo que fomenta el individualismo y la desconexión, necesitamos redescubrir el poder de las comunidades auténticas, aquellas que nos permiten sentirnos parte de algo más grande que nosotros mismos. La esperanza no radica en pequeños logros instantáneos, sino en la capacidad de transformar nuestra forma de relacionarnos y de actuar juntos.
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